
Fuente: INIA.
- Jorge Retamal, investigador en fruticultura del Instituto de Investigaciones Agropecuarias, INIA Quilamapu, destacó que la disminución de estos suelos resulta compleja, por lo que se deben buscar alternativas que hagan convivir la producción de energía limpia con la producción agrícola nacional.
Para el año 2050 la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, FAO, establece que, en el mundo, el suelo agrícola se reducirá a la mitad, lo que condiciona la producción de alimentos y la seguridad alimentaria”
Ante este escenario, Jorge Retamal, investigador en fruticultura del Instituto de Investigaciones Agropecuarias, INIA Quilamapu, destacó que la disminución de estos suelos resulta compleja, por lo que se deben buscar alternativas que hagan convivir la producción de energía limpia con la producción agrícola nacional.
El especialista participó, junto a un grupo de representantes de la agricultura de Ñuble, en una gira tecnológica por Alemania, Suiza y España, para compenetrarse del pro y los contras de un nuevo tipo de paneles denominados “agrofotovoltaicos”, que resaltan por su doble propósito; es decir, generación de energía eléctrica utilizando la radiación solar y desarrollo de huertos frutales emplazados bajo las estructuras de los paneles.
Según el experto la diferencia con los paneles solares tradicionales es que estos bloquean el paso de la luz solar. “Lo que impide el desarrollo comercial de cultivos, en tanto que los paneles agrofotovoltaicos consideran una estructura transparente que permite el paso de la luz y, por ende, los cultivos bajo ellos. De hecho, a nivel experimental ya existen dos emprendimientos particulares en la Región de Ñuble (en Coihueco y en dependencias de la Universidad Adventista de Chile), totalizando una generación de energía de unos 50 mil watts. Aún existen aspectos a solucionar, como protocolos en la instalación de la estructura, diversidad y calidad de los paneles, alteraciones fisiológicas productivas de los huertos frutícolas, entre otras, lo que permitiría evitar errores en la implementación de paneles agrofotovoltaicos futuros”, agregó
Ventajas y ahorro energético
Una de las grandes ventajas de esta nueva tecnología es que, por su altura (4,5 metros), actúa como protección física a los daños generados por lluvias y granizos en frutas sensibles como las cerezas, disminuyendo considerablemente la partidura de frutos que cada año genera pérdidas millonarias.
Retamal resaltó que “la incorporación de estos paneles agrofotovoltaicos permitiría aumentar la eficiencia del uso del suelo en más de un 150 %, ya que se combinan la producción de energía con la producción frutícola, lo que se hace particularmente atractivo en regiones del centro sur donde ya se han establecido más de dos mil hectáreas de parques solares que dejan de estar disponibles para la agricultura”.
Según el investigador, Suiza y Alemania ya prohibieron la implementación de nuevos parques fotovoltaicos tradicionales en superficies agrícolas, claves para mantener la soberanía alimentaria. Enfatizó que la importancia de “contar con la superficie necesaria para poder autoabastecernos de alimentos a futuro” y agregó que estos países ya tienen legislación al respecto y que están “subvencionando sistemas agrofotovoltaicos que generan eficiencia del uso del suelo superior al 100 %, lo que aúna el criterio energético con el de la producción de alimentos”.
Beneficios ambientales
En cuanto a los costos asociados, el investigador sostuvo que un productor de cereza puede ahorrar el 100 % de su costo energético y, adicionalmente, generar ingresos por la venta de la energía que no consume. “Cerca de 2 mil metros cuadrados de paneles agrofotovoltaicos, se produce la energía necesaria que demanda un huerto de cerezos de 50 hectáreas con riego tecnificado y sistema de control de heladas”, añadió.
Retamal dijo que el impacto de esta nueva tecnología tiene un componente ambiental, ya que reemplaza el uso de plásticos, habitualmente utilizado en coberturas y techos de invernaderos, lo que se suma a la duración de este tipo de paneles que “va más allá de los 20 años, a diferencia del plástico que debe ser reemplazado cada dos o tres años”.
En tanto, la subdirectora regional de I+D de INIA Quilamapu, Paz Millas, mencionó que tecnologías como esta también contribuyen a disminuir el impacto de la radiación en verano, que se ha intensificado en los últimos años, y que se traduce en golpes de sol en fruta y madera cada vez más frecuentes. Además, indicó que se generan ventajas en la sanidad de los frutales, al quedar protegidos en invierno del salpicado de las lluvias, lo que disminuye el tiempo en que las hojas están mojadas. “La mayoría de las enfermedades requiere salpicado para la dispersión y una película de agua sobre las hojas para generar la infección”, finalizó.